Esta noche gracias a la nostalgia, no pude evitar reflexionar que ella siempre provoca que recordemos a aquella persona del pasado a la cual le entregamos nuestro corazón y que por alguna razón se fue de nosotros, los motivos por la que sucedió la separación en esos momentos no importan, porque de manera inexplicable nuestra parte racional cae en un sopor que no podemos controlar.
Sentimos que una frustrante dicotomía se presenta como un mounstruo de dos cabezas que vomitan ese cúmulo de emociones encontradas que nos ahogan, porque la ausencia de esa persona aun importante para nosotros de manera inconsciente, influyó en nuestra manera de ver la vida ahora, pero a la vez su presencia por esos recuerdos también nos ha convertido en lo que somos ahora.
Y esos momentos nostálgicos que en ocasiones nos inundan, y en las cuales el sentimiento de pérdida y frustración nos vencen una y otra vez, porque tal y como señala el gran Silvio Rodríguez, el amor frustrado, tronchado por la circunstancias, por la vida, no por haberse agotado, se nos queda un poco como un fantasma, provocando que pensemos en un momento de delirio, de arrebato, de sentimiento un poco desmesurado:
Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre,
en todos los segundos, en todas las visiones:
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones...
Y cuando nuestra parte racional reacciona, suspiramos profundamente cerrando aquella caja de Pandora en nuestro corazón y escondiéndola de nuevo por nuestro bien y por el de los nuestros, regresando a nuestra vida actual con la certeza de que en cualquier momento la abriremos nuevamente... a pesar de saber que el mounstro de dos cabezas estará esperando nuestro regreso.
Saludos desde el caldero.